1.23.2011


¿Cuánto pasa? ¿cuánto queda? 
Quién nos marca y deja huellas,
qué difícil la memoria del que todavía espera. 
Cuánto duelo, cuánta pena 
para no tenerte cerca que fugaz, 
que traicionera la memoria del que queda.



...y asi fuiste mi bandera, 
mi estandarte sin frontera.
No perdimos el camino 
porque te sentí conmigo. 
Y asi fuiste mi después, 
mi por siempre,
mi recién,
Soy quien soy 
por nuestra historia,
soy quien soy por tu memoria. 

Hay situaciones que te parecen raras. Que las vives con esa persona especial, y te parecen como si estuvieran fuera de lugar, como si no pertenecieran a vosotros mismos. En cambio, hay situaciones que son tan vuestras, esos momentos en el que él se ríe de ti, o en el que te llama princesa.
Y hay que vivirlo todo, cada instante, como si fuese tu último momento, ya sea una sensación buena o mala, porque al final, la vida, tu memoria, no se compondrá de horas, ni de minutos, sino de esos momentos que se guardan en tu interior.

1.12.2011


-¿Sabes? Aún ahora me pregunto las cosas que hubiera hecho por ti.
-¿Sí? ¿Y que piensas?
-Pienso que nunca me lo has preguntado.
-Te lo pregunto ahora, ¿que habrías hecho?
-¿Por ti? Bueno, comer hormigas, incluso quizá robarle a una abuelita el carro de la compra, amarte como un loco.

1.07.2011

3.


-Espera. –dijo la chica morena mientras yo me disponía a pirarme. Matt estaba furioso. Él y su afán de enamorarse de chicas a las que solo conoce de un rato, es patético. Me giré dispuesto a ver qué quería la chica nueva, Rachel, cuando vi que otro idiota, Alex, se acercaba a su lado. La familia al completo.

-¿Sí?

-¿Qué haces tú aquí, Deblash? –me dijo Alex, mientras me miraba con el ceño fruncido. Definitivamente no se alegraba de verme.

-Estaba dándome un pase, idiota. ¿Qué creéis, eh? ¿Qué sois tan importantes como para tener que estar detrás de vosotros?

-Eh, eh, eh. ¿Os queréis tranquilizar los tres ya? –dijo Rachel dirigiéndose a los tres, pero mirándome a mí. Su mirada era oscura, pero yo no la notaba así, es más, me parecía la mirada más limpia y clara que había podido contemplar nunca. Entonces fue cuando intenté meterme dentro de ella, pero no pude, me tenía totalmente bloqueado.

-Yo estaba apunto de irme, pero tú me paraste, te recuerdo, -me había enfadado, me había enfadado de verdad. La única persona que conseguía bloquearme era mi padre pero, ¿una simple cría? Eso jamás. –Y no se ni si quiera porque me he parado para escuchar a una chica como tú. -que me bloquea hasta hacerme tener dolor de cabeza. Me faltó decir eso, pero me lo callé. - Ten cuidad, solamente te estás rodeando de gilipollas. -Me giré y me fui, mientras hacia oídos sordos a los comentarios e insultos de esos estúpidos que no sabían nada. Era mejor así.

En cuanto estuve seguro de que no podían verme eché a correr. Y no fue hasta que noté que a penas pisaba el suelo por la velocidad cuando me di cuenta de que me había alejado demasiado del internado. Frené en seco, notando como el mundo se movía a mí alrededor y se estabilizaba justo cuando yo conseguía dejar de marearme.

-¿Qué coño…? –dije en voz alta, cuando abrí los ojos. Era cierto, esta vez había ido demasiado lejos. Dispuesto a volver al internado, pero esta vez más despacio, saqué mi iPod. Todo estaba muy calmado, muy tranquilo. Me había ido por la orilla del río, rodeando el lago del internado para que no me vieran, hacia donde el río se ocultaba.

Era uno de los sitios más bonitos del bosque. La vegetación ocultaba gran parte del agua, y solamente cuando estabas muy cerca podías ver el gran riachuelo rodeado de una espesa arboleda. El río no se ocultaba poco a poco, sino de pronto, lo que dejaba un dibujo enorme de una gota de agua muy profunda, que era conocido como el lago de las lágrimas.

Cuando estaba a punto de echar otra vez a correr cambié de opinión. Me apetecía tomarme un baño. Así que volví a guardar el iPod que ni si quiera había encendido en los pantalones vaqueros.

Me quité toda la ropa excepto los boxers, y la dejé sobre un montón de rocas cercanas al lago, para tenerlo todo controlado. Y después, sin pensármelo dos veces, salté al agua.

El lago no era muy hondo, pero a pesar de eso no llegué a tocar el suelo. Me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo mientras me sumergía, a pesar de que el agua estaba templada y poco a poco fui ascendiendo a la superficie.

En el momento en que mi cabeza salió del agua supe que alguien me estaba observando. Rápidamente miré hacia donde debía estar mi ropa, pero que ya no estaba. Sacudí la cabeza para que el agua de mi pelo se fuera, y seguidamente después escuché una risa que conocía demasiado bien.

-¿Dónde está tu ropa, eh, Robert? –Natalie estaba en la orilla, observándome con una sonrisa pícara mientras hacía girar mi iPod en su mano, coquetamente. Llevaba una falda corta, muy corta, y si mi memoria no me fallaba, era nueva, porque nunca antes la había visto. Su melena rubia relucía por el fuerte sol, y caía por sus hombros desnudos. Fui bajando por su torso con mi mirada, fijándome en su camiseta de tirantes, estrecha, que marcaba muy bien el contorno de sus pechos.

Ella estaba complacida por la forma en la que la miraba. Estaba totalmente convencida de me había quedado sin aliento. Estúpida. Esa confianza hizo que yo pudiera ver con claridad que la que estaba nerviosa por el encuentro era ella. Llevábamos todo el verano sin vernos, sin hablar un segundo si quiera. Y es que después del fin de las clases decidimos darnos un tiempo. O más bien lo decidí, porque no pensaba estar atada a una tía en mis vacaciones, ni aunque fuera tan guapa como ella. Así que le dije que a la vuelta hablaríamos.

Y allí estaba ella, provocativa, sexy, como siempre.

Salí del agua despacio, deleitándome con sus pensamientos. Las mujeres eran tan tontas, veían una sonrisa bonita y un cuerpo hermoso y se derretían.

Y lo mejor de todo esto es que ella seguía pensando que me tenía controlado.

Cuando estuve enfrente de ella, le tendí la mano para que me diera mi iPod, pero ella apartó la mano y lo escondió detrás.

-¿No me lo vas a dar? –me acerqué más a ella, oprimiendo su cuerpo con el mío y mojándola. Su respiración era acelerada, y en estos momentos ya ni si quiera recordaba su nombre. “Ahora, ¿qué? ¿Sigues pensando que tienes el control?” Puse mi mano en su hombro, acariciando su piel lentamente. Ella suspiró, y se acordó de que yo estaba esperando una respuesta.

-¿Qué gano yo con eso? –no le dio tiempo a terminar la frase. La besé. Y ella tiró el iPod al suelo. Estuvimos pegados unos segundos, hasta que yo me aparté y cogí el iPod.

-Gracias, esto era mío. –ella me miraba, mientras recuperaba el aliento. -¿Y lo demás?

-Vas a tener que ganártelo también, lo siento. –se volvió a acercar a mí, juguetona, besándome el cuello.

-Vamos, Nat, estoy prácticamente desnudo y tú nada, eso no es justo.

-Sabes de sobra que no tengo ningún problema en eso, pero me encanta que lo hagas tú. –me guiñó un ojo, poniendo mis manos en su trasero.

-Nat… -dije de forma cansina. -¿Recuerdas lo del tiempo? –mi voz sonó muy cortante, pero ella ni se inmutó.

-Te he echado de menos, Robert. –suspiré, correspondiendo a su abrazo.

-Yo también a ti. –mi voz sonó ácida, falsa. Siempre se me había dado bien mentir, pero esta vez la mentira era demasiado fuerte para hacerlo de otra forma. Ella tampoco lo notó, sino que al contrario se relajo en mis brazos. La aparté un poco, para poder mirarla a los ojos. - ¿Y mi ropa? – ella sonrió, y me cogió la mano, indicando detrás de un árbol.

-Está ahí. Pero… -hizo como si dudara, aunque yo sabía que era una estrategia. –creo que es mejor que estés así. –Natalie me sentó sobre las rocas donde antes había estado mi ropa, y se quitó su camiseta. – También creo que tienes razón, no es justo que tú estés sin ropa y yo vestida.

Y ahí acabaron las palabras. Quizá si la había echado un poco de menos, me lamenté mientras ella me besaba el cuello lentamente, pero no exactamente como ella pensaba. Había echado de menos su cuerpo, el sexo con ella.

Le quité la falda rápido, acariciando sus piernas mientras la oía susurrar mi nombre, comiéndome la oreja. Su cuerpo olía a excitación, me pedía que la hiciera suya como tantas veces atrás.

Por eso cuando llegó el momento supe que ella también había echado de menos el sexo conmigo, que había estado soñando con este momento los tres meses que hemos estado separados.

Una hora después, desnudos y tumbados sobre la arena, se quedó dormida escuchando la canción de Forever young desde mi iPod.

* * * * *

-Vamos, anda, levanta. –le dije despertándola bruscamente. El sol se estaba poniendo, y mi iPod se acababa de quedar sin batería, muerto. Me puse en pie de un salto y comencé a vestirme, mientras ella se revolvía entre las toallas.

El aire huele a fin. El fin del verano. Y como cada final, trae consigo un nuevo comienzo. Me acuerdo cuando empezó el verano, mi padre estaba ansioso porque pasara. “Se avecinan cambios”, me dijo, mirándome sin verme, con la mirada perdida en algo que yo no podía captar. Él siempre había podido ver dentro de mí, a pesar de mis cambios bruscos, de mis sentimientos. Y a pesar de que él prescindiera de ellos. ¿Y ahora, qué? Era una de las tantas preguntas que había en mi cabeza. Él lo sabe, él lo sabe todo. Una de las primeras cosas que me enseñó era que él era el comienzo, pero que nosotros no teníamos final. Lo que nace se apaga, pero nosotros no, nosotros no nos apagamos. Cuando era pequeño mi padre y yo viajábamos siempre que podíamos. Él le había ganado a mi madre en el juicio por mi custodia cuando nací, aunque más bien mi madre me había cedido, quería deshacerse de mí. Yo solo era un mal recuerdo de un amor destruido por la furia y el horror del odio. Ella ya tenía bastante con proteger a su marido y a su otro hijo de mi padre. Desde entonces solamente paso un mes con ella en todo el año, en verano. Y sí, es difícil encontrarte a tu madre estando seguro que se avergüenza de ti, que tiene miedo a esa persona en la que un día te convertirás. Pero por lo menos me quedaba mi hermano, el hijo de mi madre. Ismael era mi mejor amigo, a pesar de nuestras diferencias. Me entendía, me apoyaba, lo sabía todo de mí, e incluso gracias a mi insistencia él iba a cursar este año en el internado, conmigo. Mi padre había convencido a mi madre y a su marido, alegando que: “Robert está desarrollándose, necesita a alguien a su lado capaz de comprenderle, saber sus limitaciones y sus errores. Alguien que lo sepa todo. Ismael no es más que un humano, sí, pero es el humano que estará al lado de mi hijo en el momento oportuno”. Mi madre no pudo hacer nada por seguir protegiendo a mi hermano, era demasiado tarde, y el amor que sentía por mi padre, todavía, no hacía más que ponerle las cosas más fáciles a Julio para poder llevarse a Isma.

¿Qué cual era mi opinión? Mi hermano tiene que estar a mi lado, mi madre ya no lo necesitaba. Ella era una mujer de prestigio, poderosa, sabia y con mucho dinero. Su marido era igual que ella, dos brujos altamente peligrosos que se dedicaban a viajar a todas partes, a estafar, y a emplear su magia para todo menos para el bien. Pero Isma era diferente, siempre lo fue. Él no quería pertenecer a la sociedad de brujos sin fronteras, sino que prefería quedarse conmigo, apoyarme, ayudarme. Mi padre decía que él era como un mayordomo para mí, pero yo no lo consideraba como tal, él simplemente era… mi mejor amigo, mi hermano, sangre de mi sangre. Cuando yo se lo repetía a mi padre él se reía, y alegaba que “hay otras partes de tu sangre que no son tan amigas tuyas”. A Julio le encantaba burlarse de mí, y al principio yo me enfadaba, y arremetía contra él, como tantas otras veces en los entrenamientos, pero ahora ya estaba más que acostumbrado. Los desprecios de mi padre eran para mí como el pan de cada día, y ya no me hacía sentir vulnerable, sino que al contrario, me sentía más fuerte, capaz de hacer oídos sordos a palabras duras como “eres un estúpido, Robert, después de todos estos años aún no me vales para nada” o cosas como “crece de una vez, maldito humano con sentimientos. ¿No te das cuenta? Todo eso te hace menos fuerte”. Supongo que será la costumbre. O quizá es que estaba cambiando de verdad, de una vez por todas.

Las últimas semanas estaban siendo difíciles, más de lo que yo esperaba. La cabeza se me iba en cualquier momento, y me sentía cansado, una sensación que no había experimentado muchas veces a lo largo de mí vida. Todo esto me tenía preocupado, pero Julio parecía tranquilo, “es parte de ti, hijo. Dentro de poco todo estará bien” me repetía una y otra vez. Yo ya no sabía que pensar, desmayarse tantas veces no traería nada bueno.

Natalie y yo seguíamos caminando por el bosque. Ella parloteaba sobre sus vacaciones, lo aburridas o interesantes que le resultaban, no se bien si lo uno o lo otro. Y yo asentía, como de costumbre. A ella no le importaba que yo fuera tan callado, tan mío, mientras tuviera a alguien que la escuchara todo estaba bien. La cosa estaba en que yo no la escuchaba casi nunca, por su boca solo salían estupideces, palabras artificiales, como ella. A veces me recordaba tanto a mi madre… Una muchacha ingenua, rica, que no se daba cuenta de con quien estaba tratando en verdad. Eso era mi madre cuando conoció a mi padre, una chica comprometida con otro hombre, a punto de casarse. Una chica tonta, ingenua, pero con algo que ella misma no sabía que tenía: magia. Por eso la eligió mi padre. Y a pesar de todo no pudo resistirse al encanto de mi él, ella se enamoró perdidamente, y se escaparon juntos. Mi padre le prometió tantas cosas… Le prometió que podría el mundo a sus pies. Y entonces me tuvo a mí. En aquel momento ya era demasiado tarde para echar la vista atrás, mi madre ya sabía todo lo que tenía que saber sobre mi padre, y no le importó. Si tenía que ser la madre de alguien como yo, ella era la persona ideal. Y cuando mi padre la abandonó, cuando la traicionó, el dolor fue tan grande que ella se transformó en lo que siempre había temido: una bruja.

Hijo de una bruja que ni si quiera sabía que lo era y de un padre… extraño. No había palabras suficientes en el mundo para definir a mi padre, jamás las había encontrado, y por mucho que las buscase no la encontraría.

Mi madre se casó con el hombre que también quiso mi padre, un brujo de muy buen nombre, un brujo estafador, y al instante tuvo un hijo con su nuevo esposo, también porque quiso mi padre. Él necesitaba a alguien a mi lado, de mi misma edad fuera como fuese, por eso utilizó la magia de mi madre para adelantar el embarazo. Y de ahí nació Ismael, un chico humano con sangre mágica bajo sus venas, que debido al rápido embarazo de mi madre no poseía la suficiente magia para utilizarla, por lo que no se podía considerar un brujo como tal. Por eso era tan valioso y perfecto para mi padre, los brujos nunca lo reclamaría como suyo, y mi padre podría usarlo siempre que quisiera.

Mi hermano no perdonó nunca a mi madre y a mi padre por todo lo que le hicieron, así que se dedicó a refugiarse en sus libros, a convivir con su familia aún sabiendo de que él no pertenecía a ese lugar. Éramos muy parecidos, ninguno de los dos teníamos un sitio fijo, un lugar de procedencia. Y a pesar de todo el rencor que le guardaba mi hermano, mi madre siempre lo quiso más. Quizá porque yo le recordaba demasiado a mi padre, a todo lo que pudo haber ganada y perdió por un simple capricho de mi padre. Pero esa era otra historia, y ahora no tenía cabeza si quiera para querer recordarla.

-…y adivina lo que me dijo. ¡Me dijo que era capaz de romperme la camiseta en ese mismo momento, Rob! Fue una humillación enorme, no te lo imaginas. –Odiaba que me llamara Rob, como si fuera un chucho. Esta niña era tonta, definitivamente.

-No me llames Rob, -dije cortando sus palabras, hablándo de forma fría. Ella siguió hablando, sin hacerme caso. –He dicho que no me llames Rob, Natalie. Y cállate ya. – Entonces fue cuando ella se paró, dejo de caminar y me miró. Sus ojos azules eran bonitos, y parecían asustados. El tono de mi voz había salido quizá demasiado sombrío. – Que sea la última vez que me llamas así, te lo he dicho millones de veces. –Una chispa de rabia fue apareciendo entre sus perlas azules.

-Todo lo que te digo te da igual, ¿verdad? ¡Pasas de todo y de todos! Eres egoísta, y manipulador. –empezó a caminar más rápido, intentando huir de mí. Pero lo siento, Nat, no vas a tener la última palabra en esto.

-¿A qué viene eso ahora? –le agarré del brazo, obligándole a que me mirara.

-A que es cierto. ¡A que llevamos tres meses sin vernos, y lo primero que haces cuando nos volvemos a encontrar es echarme un polvo, Robert! Ni un “¿qué tal, cariño?” nada de eso. Sé que no eres romántico, pero al menos podrías ser un poco cortés. –no pude evitar reírme de tal estupidez, y eso la cabreó aún más. - ¿Te ríes? Pues perfecto, me parece maravilloso.

-Por dios, Nat, ¿a estas alturas me vienes tú con romanticismos y con que sea cortés? Los dos sabemos que probablemente ni conoces lo que significa la palabra “cortés”. Y si, te he echado un polvo, ¿sabes porqué? Porque me gusta follar, estúpida. Deberías estar contenta sabiendo que eres tú la elegida, y no otra. Y era de lo que tenía ganas, joder. Ahora piérdete, y déjame en paz, cuando se te pase el cabreo de niña chica hablamos.

Y me fui, mientras en su mente ella me dedicaba insultos de toda clase. Mujeres, ¿quién las entiende? Les das sexo y se quejan, y si no se lo das, sería mucho peor.

* * * * *

-Hola, padre, ¿puedo pasar? –le dije abriendo un poco la puerta de su despacho personal, en Hudgons. Hudgons era la parte del internado dedicada especialmente para nosotros dos, era nuestra casa durante las vacaciones. Mi padre intentaba estar allí el mayor tiempo posible, hasta que no tuviera otra opción que mudarse al internado, pero por ahora, que todavía no habían empezado las clases, su lugar era ese.

-Claro. –dijo solamente, sin alzar la vista de lo que estuviera haciendo. El despacho de mi padre era grande, más grande que el que tenía en el internado, y estaba lleno de objetos que sólo él sabía utilizar. Había muchas estanterías, repletas de cientos de libros que él seguramente ya se sabría de memoria. Pasé rápidamente, sin hacer ruido como era normal en mí, y me senté en una de las dos sillas que había frente a su escritorio. Él seguía actuando como si yo no estuviera, aunque por lo que pude leer dentro de él, sentía curiosidad por le motivo que me había traído aquí. No era normal que yo le buscara a él, sino al contrario.

Apartó la vista de los papeles que tenía en sus manos, y me miró.

-Bien, tú dirás.

-¿Qué hace tan pronto aquí? –le dije, sin dar mas explicaciones.

-Te gusta pedirme explicaciones, ¿eh, Robert? Pero, ¿quién te crees que eres tú si quiera para cuestionarme? –mi padre, siempre reacio a darme las respuestas a las preguntas que quería.

-Me parecía que era una chica realmente atractiva que podía llegar a tener algo contigo, Julio, te veo muy solo –le guiñé un ojo, y mi padre me miró con rabia. Odiaba mi sentido del humor y entonces decidí que no era el momento adecuado para andar con bromas, él podría atacarme y todavía me podía, así que me puse serio. –Soy tu hijo, ¿te parece poco?

-Pues sí, ¿y a ti?

-Padre, dejemos ya de hablarnos con preguntas. Solamente te he pedido información.

-Pero yo no quiero darte esa información, Robert. Date cuenta de que esos chicos son asunto mío, y sólo mío por ahora. Déjalos, no te acerques a ellos. –había bajado la guardia, y mi mente se había ido a recordar el momento en que conocía la chica esa, la que me había bloqueado. Sabía que mi padre se refería a ella, lo leía en mis ojos, y yo en los suyos.

-Nunca me has prohibido acercarme a ellos, padre. ¿Qué diferencia hay ahora?

-Lo sabes de sobra, -dijo quitándole importancia. –No juegues con fuego, y menos con ese fuego, porque te vas a abrasar. Céntrate en otras personas, en otros sentimientos más físicos, en otras actitudes, hijo. Pero deja de lado la curiosidad, porque la curiosidad no trae nada bueno consigo. Solo destrucción. –Julio se levantó sin dejar ver alguna señal en su rostro, sin dejarme saber qué pensaba en realidad. –Y ahora, si no tienes el menor inconveniente, vete. –Mi padre se puso a mirar la ventana, y supe por la posición de su cuerpo que estaba recordando viejos tiempos, quizá los tiempos en que su curiosidad dio paso a su destrucción.

Salí de la habitación sin echar una última ojeada y sin despedirme. Siempre, desde que era niño, ese despacho me había producido escalofríos. Allí se guardaban secretos, grande secretos que me incluían a mí en ellos. Y siempre que le había preguntado a él, la única respuesta era el silencio.

Fui derecho a mi habitación, a mi habitación en Hudgons. Todo estaba desordenado, libros esparcidos por el suelo, la cama desecha, las estanterías vacías y un olor a humanidad más que visible. Era todo un verdadero desorden. Intenté hacer memoria, saber porqué estaba todo así. Ah, ya recuerdo.

Me había enfadado con mi padre, y no tuve otra cosa mejor que hacer que pagarlo todo con mi pobre cuarto. Hasta los pósters de algunos de mis grupos favoritos estaban espaciaos por el suelo.

“Que idiota eres, tío” me dije a mí mismo, sonriendo pesadamente y con un chasquido todo volvió a su sitio.

Me eché en la cama, agotado, dispuesto a dormir hasta que llegara la hora de la cena, pero un pitido me sacó de mis sueños. Era mi móvil.


Lo saqué del bolsillo, curioso. No podía leer las mentes de los aparatos, y aunque mi padre decía que era una gilipollez intentarlo, yo seguía intentándolo. Todavía no había conseguido nada. Todavía.

Abrí el mensaje, que era para mi sorpresa de mi madre.

“Robert, acabamos de llegar tu hermano y yo, estamos en la entrada de Hudgons, ven”.

Adiós a mis planes de quedarme a dormir otro rato.

* * * * *

Cuando llegué descubrí que mi padre también había decidido, por una vez, ir a recibir a mi madre. Raro, me dije a mí mismo. Ellos evitaban verse a toda costa.

Fuera de Hudgons había una gran limusina negra. Mi madre estaba atacada de los nervios, y movía de un lado a otro las maletas, utilizando su poder para que ellas fueran donde quisiera. Era una bruja poderosa, aunque hubiera aprendido a utilizar su magia después de lo previsto.

Aunque cuando estaba nerviosa todo el ambiente lo notaba. Los árboles que separaban Hudgons del internado se movían al son del rugido del viento, mientras las hojas caían, marchitas, aunque aúno había llegado el otoño. Aparte de nerviosa, mi madre estaba enfadada. Agitaba sus brazos con fuerza, mientras mi hermano, que acababa de salir de la limusina, le quitaba las maletas de las manos. “Estas brujas modernas… -oí que decía mi padre en su mente- están realmente chifladas”

-Robertho William Deblash, no te quedes ahí parado, y ayúdame con esto, por todos los dioses. –me dijo mirándome, sin sonreír apenas. –Y tú, -dijo dirigiéndose a mi hermano. –Dame un beso y tira, y cuídate, y come mucho, ¿entendido Ismael? Y no te metas en líos y…

-Tranquila, Sylvia, cuidaré de él por ti. –no pude ver como mi madre se estremecía al oír su nombre en labios de mi padre, pero si lo sentí. Estúpida, enamorada de quien no te corresponde y a quien no te mereces. Estos brujos, siempre enamorándose de personas superiores a ellos.

Ayude a mi madre, como ella me dijo, quitándole las maletas como mi hermano había hecho. Entonces nos dio un beso a los dos, y sin apenas despedirse, se metió en la limusina. Sylvia odiaba las despedidas casi tanto como a mi padre.

-Robert, -me dijo mi hermano, cuando estuvimos ya en mi cuarto. Entonces nos abrazamos, como solamente nosotros dos sabíamos hacer. –Al fin aquí.

-Sí, ya era hora. Pensé que te ibas a echar atrás.

-¿Atrás, yo? Jamás. Hace tiempo que sé que mi destino es aquí, contigo, para ayudarte. –le sonreí, pero no como había podido sonreír a mi padre o a mi madre, o a la misma Natalie. Le sonreí de verdad.

-Anda, cuéntame novedades, cabrón. –y empezamos a hablar, olvidándome del sueño que tenía o que había creído tener.

1.06.2011


Las personas como tú y como yo, personas que paran el tiempo con una mirada, capaces de transformar el gran desierto de la vida en algo mejor aunque seamos dos granos más, nosotros somos los que luchamos por el amor, los que aunque no tengamos tiempo nos paramos para contemplar una escena bonita, por el simple hecho de mirar a través del estrés de las personas. Tú y yo a veces somos muy diferentes, otras veces podemos ser muy parecidos, pero nunca lo seremos absolutamente, porque no hay nada absoluto. Todo es relativo y todo depende.Y a pesar de eso, personas como tú y como yo, que cambian, no sé si para bien o para mal, pero cambian, evolucionan, se dan cuenta de sus errores o los vuelven a cometer. Personas como tú y como yo somos capaces de generar envidias, verdaderas envidias, porque personas como nosotros, que son diferentes a los demás, no hay muchas en este camino que llamamos vida.