3.12.2014

; Mi Madrid.

¿Sabes qué me gusta de Madrid? Cuando calla. Cuando duerme. Cuando las luces de las farolas iluminan sombras, contornos lúgubres.
Y sueña; con que algún día la consideren tan bonita como París o Roma.
Tan platónica como Londres. Tan moderna como Berlín.
Y no nos damos cuenta que Madrid es única e irrepetible. Que viste tranquila. Que ama de locura y vive, a veces, de noche.
Que ríe en primavera, llora en invierno y es capaz de vestirse sola en verano.
Que cada rincón es tan mágico que intenta alardear de no haber perdido la cabeza.
Pero tranquila, mi Madrid. Yo te guardo aquí adentro. Por si algún día me pierdo, y quiero volver a tener tu aroma. Descansa, duerme, Madrid.

10.20.2012


NO TE SALVES
Mario Benedetti

No te quedes inmóvil
al borde del camino
no congeles el júbilo
no quieras con desgana
no te salves ahora
ni nunca
no te salves
no te llenes de calma
no reserves del mundo
sólo un rincón tranquilo
no dejes caer los párpados
pesados como juicios
no te quedes sin labios
no te duermas sin sueño
no te pienses sin sangre
no te juzgues sin tiempo
pero si
pese a todo
no puedes evitarlo
y congelas el júbilo
y quieres con desgana
y te salvas ahora
y te llenas de calma
y reservas del mundo
sólo un rincón tranquilo
y dejas caer los párpados
pesados como juicios
y te secas sin labios
y te duermes sin sueño
y te piensas sin sangre
y te juzgas sin tiempo
y te quedas inmóvil
al borde del camino
y te salvas
entonces
no te quedes conmigo.

10.19.2011

Había una vez un niño cazador de sombras.
Cuando el niño tenía seis años, su padre le dio un halcón para que lo adiestrara. Los halcones son aves rapaces que matan pájaros, le dijo su padre, son los cazadores de sombras del cielo.
Al halcón no le gustaba el niño, y al niño tampoco le gustaba él. Su pico afilado lo ponía nervioso, y sus ojos brillantes siempre parecían estarle vigilando. El ave le atacaba con el pico y las garras cada vez que se acercaba a él. Durante semanas, no dejaron de sangrarle las muñecas y las manos. Él no lo sabía, pero su padre había seleccionado un halcón que había vivido salvaje durante más de un año, y por lo tanto era casi
imposible de domesticar. Pero el niño lo intentó, porque su padre le había dicho que hiciera que el halcón le obedeciera, y él quería complacer a su padre.
Permanecía junto al ave constantemente, hablándole para mantenerla despierta e incluso poniéndole música, porque se suponía que una ave cansada es más fácil de domar. Se suponía que debía mantener ciego al halcón, pero no tenía valor para hacerlo; en vez de eso intentó sentarse donde el pájaro pudiera verlo mientras le tocaba y le acariciaba las alas, deseando con todas sus fuerzas que aprendiera a confiar en él. Le daba de comer con la mano, y al principio el halcón se negó a comer. Más tarde comió con tanta ferocidad que el pico hirió al niño en la palma de la mano. Pero el niño estaba contento, porque era un progreso, y porque quería que el pájaro le conociese, incluso aunque el ave le dejara sin sangre para
conseguirlo.
Empezó a ver que el halcón era hermoso, que sus alas
delgadas estaban pensadas para la velocidad en el vuelo, que era fuerte y rápido, feroz y delicado. Cuando descendía hacia el suelo, se movía como la luz. Cuando aprendió a describir un círculo y posársele en la muñeca, él casi gritó de júbilo. A veces el ave saltaba a su hombro y ponía el pico en sus cabellos. Sabía que su halcón le quería, y cuando estuvo seguro de que no sólo estaba domesticado sino perfectamente domesticado, fue a su padre y le mostró lo que había hecho, esperando que se sentiría orgulloso.
Pero en vez de eso, su padre tomó al ave, ahora domesticada y confiada, en sus manos y le rompió el cuello.
- Te dije que hicieras que fuese obediente -le dijo su padre, y dejó caer el cuerpo sin vida del halcón al suelo -.Pero tú le has enseñado a quererte. Los halcones no existen para ser mascotas cariñosas: son feroces y salvajes, despiadados y crueles. Este pájaro no estaba domado; había perdido su identidad.
Más tarde, cuando su padre le dejó, el niño lloró sobre su mascota, hasta que finalmente el padre envió a un criado para que se llevara el cuerpo del ave y lo enterrara.
El niño no volvió a llorar, y nunca olvidó lo que había aprendido: que amar es destruir, y que ser amado es ser destruido.

9.20.2011

Podemos ver como una taza cae de la mesa
y se rompe en pedazos,
pero nunca podremos ver cómo
una taza se recompone y vuelve a saltar a la mesa.
Este aumento del desorden o entropía diferencia
el pasado del futuro y de este modo
otroga al tiempo una dirección.

8.16.2011

-Y ahora, aquí estamos, delante de toda esta gran cantidad de mierda.
-Ya... Es tu culpa.
-¿Mía? ¿Que se supone que he hecho yo?
-Olvidarme...
-No, mientes, mientes en todas tus formas. JAMÁS podría olvidarte.
-¿Ah, no? Ahora estás con otro, haces tu vida con otro, follas con otro.
-Pero eso no significa que te haya olvidado, tú también lo haces con otra.
-Yo no decidí esto.
-No, tú simplemente te largaste un día, y no has vuelto a aparecer, pero ni para ella, ni para mí mismo. Finges ser alguien, E, alguien que no eres, y que dejaste de ser hace mucho tiempo.

5.16.2011

-Estás enfadado.
-No, no lo estoy.
-Lo estás, cuando frunces el ceño de esa forma, lo estás.
-Eso no tiene ningún sentido.
-Sí que lo tiene, lo tengo comprobado.
-Eres muy observador.
-No me cambies de tema.
-No lo hago.
-¿Qué pasa?
-Nada...
-Que lo digas, que lo sueltes de una maldita vez.
-Estoy cansado.
-¿De qué?
-De que siempre haya algo entre nosotros, algo que nos separe. Cuando no es una cosa, es la otra.
-Eres tú el que pretende hacer que eso nos separe, si no se lo permites, no lo hará. No se lo permitas.
-Las cosas son más difíciles que eso, y yo estoy cansado.
-Yo también estoy cansado, y sigo aquí, a tu lado.
-Quizá será que ambos estamos cansados.
-Pones excusas, y sabes de sobra que encontrarás todas las excusas que busques.
-No es eso...
-Para, para de comerte la cabeza, o acabarás haciéndote daño, y haciéndome daño a mí.

-Me dijiste una vez que serías capaz de bajarme todas las estrellas del universo.
-Sí, pero no me lo pediste.
-No, lo hago ahora.
-Ahora ya no vale.
-¿Por qué?
-Porque ya no puedo bajártelas.
-Pues no entiendo qué ha cambiado.
-Todo, ha cambiado todo.
-No te entiendo.
-Soy difícil, eso también te lo he dicho, y uno sólo una vez.
-Ya.
-Pero tú te empeñaste en seguir con esto.
-Lo se, ¿te arrepientes?
-Sabes de sobra que no, yo nunca me arrepiento de nada.
-¿Pero?
-Pero estoy viendo el final, la línea que marca el principio del acantilado.
-No me gustan los acantilados...
-Ni a mí.